Hacia las afueras del campo donde estábamos, había un paraje que nosotros llamábamos “El pozo del descanso”. La mayoría veía su día a día y anhelaba ir allí. Pero eso no se elegía, solo el azar decidía nuestra suerte.
El día que me eligieron para ir, me puse contento; pero mis amigos se pusieron un poco tristes. Yo también entristecí por ellos, porque tenían que quedarse. Salimos cuando todavía era de noche y llegamos al lugar con las primeras luces de la mañana.
Cuando llegó mi turno, me paré al filo del pozo y miré a toda esa gente en el fondo. En unos instantes, estaría con ellos. Antes de bajar, levanté la cabeza, abrí bien los ojos para ver el amanecer y respiré profundo la primera brisa. Esa mañana, mientras los nazis se preparaban para fusilarme supe cómo se sentía la libertad.
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